Una de esas tardes de invierno, con las ventanillas de los vagones empañadas, la gente con sus gruesos abrigos y el chiflete frío que se mete por las partes rotas de las puertas y ventanas. Sin duda viajar en tren en Buenos Aires con menos de cinco grados no es nada divertido. En uno de los viejos asientos junto a la ventana había, aquel día de junio, una madre que para esa época debía tener treinta y cinco años y su hijo (vestido con el clásico y anacrónico guardapolvo porteño), unos doce. El niño (que podríamos llamar joven ya que nadie es un niño a los doce años) estaba sentado del lado de la ventanilla de la cual no quitaba la vista, tenía los brazos cruzados sobre el pecho, algo recostado: tiritaba de frío. En medio del invierno el joven abrió la ventanilla, dejó entrar algo del cortante viento, sacó la cabeza, miró un poco hacia ambos lados y luego volvió a cerrarla y a acomodarse en su asiento. Todos los pasajeros lo miraron con disgusto, algunos incluso lo insultaron en voz muy alta y otros gritaron a la madre que controlara más su hijo. El joven se quedó con la vista fija en el suelo mientras su madre le clavaba la mirada esperando una explicación.
¿Por qué hiciste eso? El joven la miró sorprendido como si la respuesta fuera tan obvia que no valía la pena preguntar.
Porque, contestó, si miro sólo a través de la ventanilla sería como ver imágenes sin sentido en un televisor. Abriéndola y sacando la cabeza me doy cuenta que eso que veo realmente existe.
La madre se quedó en silencio. Luego de unos minutos preguntó: ¿Por qué mirás por la ventanilla?
Nuevamente el joven la miró asombrado, sin embargo dijo con serenidad:
Siempre que caminamos vemos cómo el mundo gira, cambia y se transforma alrededor nuestro. Vemos cómo la gente se mueve, cómo el sol se traslada y se oculta al atardecer, cómo los árboles dejan caer sus semillas, cómo los animales viven de forma más armoniosa que nosotros. Todo gira alrededor nuestro. Y no me refiero al egocentrismo que caracteriza a la especie, a que creamos ser centro del universo y pensemos que absolutamente todo depende y se basa en el individuo humano. No. Me refiero a que la vida pasa por delante de nuestros ojos de manera tan monstruosa y brutal que no nos da tiempo de amoldarnos al ritmo cronológico ni a comprender lo que sucede a nuestro alrededor.
Miro por la ventanilla porque por primera vez soy yo el que gira alrededor del mundo, por primera vez veo al mundo desde afuera, como un espectador privilegiado y ajeno. Yo soy el que va en el tren, el que va a un ritmo cronológico mucho más rápido que el de la vida. Por primera vez la vida se tiene que adaptar a mi tiempo, a mi velocidad, y no a la inversa. Es increíble la idea de poseer un poder tan grande con el sólo hecho de observar. Hoy siento que yo soy la gente, el sol, los árboles y los animales, y giro alrededor de todo lo demás. Yo impongo mi tiempo y obligo a que cualquiera que no lo acepte quede fuera de mi rango visual y de mi ventanilla. La sensación de poderío es abrumadoramente sorprendente. Yo controlo el tiempo de las personas.
Y entonces cayó en la cuenta.
Yo controlo el tiempo de las personas, como la gente, el sol, los árboles y los animales me controlaban y limitaban a mí. Pero el control real no existe, y la realidad no es sólo una pelota que gira sobre el suelo y se detiene delante de quienes creen poder poseerla y controlarla. Nadie puede controlarla: ni el calendario y sus números, ni el reloj y sus agujas, ni el sol y su ritmo cronológico, ni yo y mi ventanilla. Y la vida, sí, la vida es un conjunto de realidades que se desplazan una detrás de otra, infinitamente, sin saber quién controla el ritmo del mundo, quién es el maquinista del tren y a qué velocidad van los vagones. Menos aún, sabe quiénes caminan del otro lado de la ventanilla. No es bueno ser un espectador de la vida desconociendo qué hay detrás del vidrio, como no es bueno mirar por la ventanilla sin abrirla, sin tirarse de cabeza al mundo.
En ese momento apartó la mirada de la ventanilla y se quedó profundamente dormido.
domingo, 7 de junio de 2009
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