domingo, 7 de junio de 2009

Ruidos

Porque lo anterior fue sólo un espejismo y la vida se estrella contra una estrella estancada en la pared, el agua se amontona contra las mesas vacías y los pupitres de un aula abandonada. El olor sin duda espantoso que dejan los años de autismo.
Las ratas aún nadan iluminadas apenas (guiadas apenas) por la pequeña farolera que esparce sus magias por el abandono. Charcos putrefactos y destinos inciertos, el aula despojada de la honradez y la sapiencia colectiva. Inconscientes, irresponsables, ingenuos, inútiles…inundados.
De fondo, en algún lado, se escucha un tango que nadie oye (o no se quiere oír). Gritos arrabaleros, teatros y actores enmascarados. Y por ahí se esconden los simulacros de suicidios y las tentaciones de una puta. Seducen los venenos por las noches celestiales. Y los astrónomos aún buscan sus estrellas. Se acercan.
Elixires estimulan los engaños tempranos, los besos furtivos y los polvorines voladores. Cañones, muerte y un poco más de tabaco condimentan, dan sabor, a las calles y a los ruidos que nos saturan.
Los gritos de un camionero que no llega a pasar sin antes irse, la bocina apresurada que anuncia el día (modernos gallos). Gente, pasos, corridas y los nuevos olores que llegan con el calor. Las mañanas de verano agotan a cualquiera. Sudores se mezclan con los licores más andrajosos y los sueños más pordioseros. Ranas limosneras se ahogan en los charcos albañales empapados de óxidos y sales. Y la ciudad se mueve, avanza, retrocede, desaparece. Vive, respira. A veces muere, a veces sangra, a veces medita, a veces putea y a veces sólo descansa.
Los vientos que traen quién sabe qué aires de qué lugares tan lejanos. El mapa se llena de vientos y aguas, no de tierras. Y la ciudad se llena de ruidos, no de personas. Los colores no abundan porque abundan los vientos, y éstos se los llevan a rincones aún más lejanos. Ciudad rara: sin colores ni olores. Tal vez viajes, tal vez novedades, tal vez luces. Gente agria la citadina. Mundo raro el cosmopolita. Imágenes raras las glamorosas ¿Qué imagen más glamorosa de nuestra cosmopolita ciudad que la de una rana limosnera ahogándose en un charco albañal de venenos? Y todas las imágenes se van con el viento ¿Por qué no ésta?
Hace mil años que te estabas yendo, hace mil años que te estabas estrellando contra las estrellas ¿No te acordás? Están bastante lejos esos siglos en los que dormíamos sobre nuestro nicho de incertidumbres, nuestro nido de respaldos. Hoy los gritos mueren antes de nacer, y la magia se evapora antes de suceder. El aire ya no es un vacío distante y los gases ya no son desconocidos ¿Pero qué precio pagamos? Tan sólo mirá nuestra ciudad, mirá nuestros glamorosos paisajes de gallos modernos y elixires furtivos ¡Cotillón! ¡Artificio! ¡Fiebre! Ebrios de mentiras viven los habitantes callejeros. Humo que empalaga y que el viento no puede dispersar. Esas drogas consumen al conjunto colectivo. Apagan las arenas que ardían y extinguen impetuosidades.
Las aulas se amontonan subidas a un colectivo, agarradas de donde pueden, colgadas de esos sueños sudorosos de sábanas suaves y blancas, tan lejos del colectivo, tan lejos del conjunto, tan lejos de ellos. Tiñen las paredes las filosofías de gallos y atropellos, el colectivo pasa veloz, saluda al camionero, le guiña el ojo a la puta y hace subir otro pasajero que ni siquiera se digna a pagar; baja en la segunda o tercera parada.
Las sirenas del mar cautivan navegantes con sus cantos y seducen camiones rojos, blancos o azules. Y cantan subidas a ellos. Algunas viven en los techos de los camiones, otras sólo durante el día, porque por la noche, cuando nadie las vigila, regresan al mar y vuelven a cantar desde allí, al menos hasta la mañana siguiente. Algunos, engatusados por sus mágicas estrofas, suicidan sus carnes sólo para verlas de cerca (“¡Yo las vi! ¡Yo vi a las sirenas!”, dicen). Alucinados por sus cantos se arrojan sin pensarlo, encandilados por los recuerdos agujerean sus ansias sin resignación alguna. Felices, pues han visto una sirena. Otros apenas tienen la oportunidad de escuchar su canto. Sé de algunas ranas que las han visto, pero son pocas las aulas que tienen el honor (y placer) de contemplarlas. Hay casos en los que los gallos modernos ni siquiera se percatan de la presencia de estos mágicos seres ¡Vergüenza! O lástima debería darme…pobres aquellos que jamás verán las sirenas ni escucharan sus cantos ni se maravillaran con sus hermosos y anónimos lamentos.
Los autos se alejan. Y los olores fluyen nuevamente hacia el río, los turistas contemplan desalmados las estereotípicas simplezas de la ciudad, se ahogan por el humo yamencionado y escupen insultos a las pestes a las que se someten por visitar estos pagos.
Memorias vacías inyectadas en brazos débiles mediante jeringas de hierro crean olvidos, fabrican austeridades y ausencias, erigen abandonos, construyen destrucción. El viento no depende de nosotros, la memoria quizás tampoco. Los insectos ya no recorren incansables los muros de los recuerdos, tampoco caminan por los senderos de dudas ni por los pasillos sin voces.
Aún oigo los sonidos que provienen de mi ventana, aún siento los olores que se escabullen por las rendijas de la puerta. Ni ese disco de Bach podría aislarme de estas realidades, de estas batallas diarias, de estos hedores nauseabundos, de este asco y estas vergüenzas que acarreamos los ciudadanos.
Se escuchan aún los ruidos de esta argentina maquina de escribir que todavía murmura entre los silencios la vida que se le va apagando con los milenios, y las eternidades que lentamente se agotan para mí. Yo también puedo competir con los demás, los que me rodean: el camionero, la puta, la estrella contra la pared y las flores más artificiales que encontré en mi camino (y que alguna vez lo iluminaron), los gallos, las aulas, las ranas, las sirenas, los alcoholes, los elixires…los infinitos personajes que habitan Buenos Aires. Ni mi completa ceguera podría alejarme de este escenario porteño en el que cada día los actores ponen en juego las obras a interpretarse ¿Y el guión? No lo sé. Si existe no está escrito en braille, no podría leerlo.

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